El Ego del Terapeuta: Un Obstáculo Silencioso

Cuando hablamos de terapia, solemos imaginar un espacio seguro, neutro, donde el terapeuta escucha, contiene y guía. Sin embargo, hay un elemento invisible que puede interferir silenciosamente en este proceso: el ego del terapeuta.

¿Qué es el ego del terapeuta?

El ego, en términos sencillos, es la imagen que tenemos de nosotros mismos. Para los terapeutas, este ego puede verse alimentado por la idea de ser «el que ayuda», «el que sabe», o incluso «el que sana». Aunque el deseo de ayudar sea genuino, el problema aparece cuando ese deseo se mezcla con una necesidad inconsciente de validación personal.

Cuando el terapeuta empieza a necesitar sentirse importante, especial o imprescindible para el proceso del paciente, se abre la puerta a dinámicas peligrosas.

Señales de un ego inflado en terapia

      • Necesidad de tener la razón: El terapeuta se resiste a que el paciente cuestione sus intervenciones o decisiones.

      • Dependencia emocional del progreso del paciente: El éxito del paciente se convierte en una validación del valor profesional del terapeuta.

      • Protagonismo en la sesión: El terapeuta habla demasiado de sí mismo o desvía el foco del paciente.

      • Falta de autocrítica: No se permite el error, ni se revisan los propios límites.

      • Intervenciones que buscan impresionar: Se prioriza el impacto sobre la utilidad clínica real.

    ¿Por qué es tan importante detectarlo?

    Porque el ego, cuando toma el mando, desplaza la empatía. Una terapia centrada en el terapeuta deja de ser terapia y se convierte en una performance. Y lo más grave: puede causar daño. Los pacientes, especialmente aquellos en situaciones de vulnerabilidad emocional, pueden sentirse juzgados, ignorados o manipulados.

    ¿Cómo se trabaja el ego siendo terapeuta?

    La clave está en el trabajo personal constante. Un terapeuta no deja de ser humano por tener un título. Tiene heridas, inseguridades y puntos ciegos como cualquier otra persona. La diferencia es que su rol le exige mayor responsabilidad sobre estos aspectos.

        • Supervisión clínica: Es crucial contar con espacios de supervisión profesional donde se puedan revisar las intervenciones sin miedo al juicio.

        • Terapia personal: Un terapeuta que no se trabaja a sí mismo está en riesgo de proyectar sus conflictos no resueltos en sus pacientes.

        • Humildad profesional: Reconocer que no siempre se tiene la respuesta correcta, que cada paciente es único y que el proceso no gira en torno al terapeuta.

      Conclusión

      Reconocer el ego en el espacio terapéutico no es una debilidad, sino una muestra de madurez profesional. Volver al eje, revisar nuestras motivaciones y practicar la humildad son actos esenciales para sostener una práctica ética y consciente.

      Y si sientes que necesitas reencontrarte con tu centro o fortalecer tu presencia interna como terapeuta, puedes explorar algunas de nuestras propuestas formativas que colaboran con este propósito:

      🔹 Activación de la Voz y del Cuerpo Sonoro – para alinear expresión, cuerpo y presencia.
      🔹 Danza de las Emociones – para integrar lo que sentimos sin quedar atrapados en ello.
      🔹 Glándula Pineal – para reconectar con tu intuición y visión interna.
      🔹 Inteligencia Emocional – para cultivar el equilibrio emocional en la práctica terapéutica.

      Estas herramientas pueden ayudarte a habitar tu rol con más coherencia, sensibilidad y profundidad.

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