Iniciar un proceso terapéutico es, en muchos sentidos, un acto de valentía. No solo implica reconocer que hay algo que necesita atención, sino también estar dispuesto a mirar hacia dentro y, a veces, remover zonas que preferimos evitar. Pero incluso con la mejor de las intenciones, es común encontrarse con una barrera interna: la resistencia.
¿Qué es la resistencia en terapia?
La resistencia es cualquier actitud, comportamiento o emoción que interfiere —consciente o inconscientemente— con el proceso terapéutico. No es una señal de que la persona “no quiere cambiar”, sino más bien una forma de defensa. A veces, nuestro sistema emocional activa mecanismos para protegernos de lo que puede doler, incomodar o incluso desestabilizar momentáneamente.
Algunas formas comunes de resistencia incluyen:
-
- Llegar tarde o faltar a sesiones
-
- Olvidar tareas o reflexiones propuestas
-
- Minimizar el problema (“ya no es tan grave”)
-
- Cambiar de tema cuando se toca algo importante
-
- Justificar patrones que claramente causan sufrimiento
¿Por qué aparece la resistencia?
Porque cambiar implica perder algo, aunque sea una costumbre que nos hace daño. Tal vez es la identidad que hemos construido en torno al sufrimiento, el miedo al vacío que deja lo conocido, o simplemente el cansancio emocional que produce enfrentarse a uno mismo.
La resistencia también puede ser una respuesta al vínculo con el terapeuta. A veces, cuando la relación terapéutica empieza a tocar fibras profundas, aparece una especie de «mecanismo de freno» que intenta proteger al consultante de una intimidad emocional que puede parecer amenazante.
¿Qué hace el terapeuta con la resistencia?
Un terapeuta no lucha contra la resistencia, la escucha. Más que un obstáculo, la resistencia es información. Habla de lo que duele, de lo que se teme, de lo que está en juego. Un buen terapeuta no empuja al consultante a “superarla” a la fuerza, sino que la aborda con respeto y curiosidad.
El espacio terapéutico está justamente para eso: para acompañar incluso en los momentos en que uno no quiere avanzar. Es allí donde muchas veces ocurren los cambios más profundos.
¿Qué puede hacer el consultante?
-
- Reconocer la resistencia sin juzgarla. Es natural. Todos la experimentamos en algún momento.
-
- Hablar abiertamente de lo que siente hacia la terapia o el terapeuta. La sinceridad puede abrir caminos nuevos.
-
- Recordar que el ritmo lo marca uno mismo. No se trata de correr, sino de avanzar con honestidad.
-
- Preguntarse: “¿Qué estoy evitando ver?” A veces, formular esa pregunta suavemente puede abrir puertas.
La resistencia no es el enemigo de la terapia. Es parte del proceso. A menudo, es justo donde aparece la resistencia donde se esconde la clave del malestar… y también el comienzo de la transformación. Abordarla con paciencia, cuidado y presencia puede ser uno de los pasos más importantes en el camino hacia una vida más plena y consciente.
¿Qué más podemos hacer?
Acompañar a un consultante que está en resistencia es una oportunidad para afinar nuestra escucha, nuestra paciencia y nuestra propia conexión interna. Como terapeutas, también estamos en camino, y cada encuentro —incluso los más desafiantes— puede nutrir nuestra práctica si sabemos leer lo que se presenta con apertura y profundidad.
Si sentís que es momento de seguir fortaleciendo tus recursos profesionales, te invitamos a explorar estas formaciones online, pensadas para acompañarte en este apasionante camino:
->Terapia Transpersonal – Para integrar una mirada más amplia del alma y sus procesos.
->Preguntas Transformadoras con PNL – Para refinar tu lenguaje y guiar con mayor precisión.
->Tu Servicio Empoderado – Para reconectar con tu propósito y sostener tu práctica con claridad y autenticidad.
Cada paso en tu camino también transforma el modo en que acompañas a otras personas. Que tu práctica se nutra de cada experiencia, incluso —y sobre todo— de aquellas que parecen detener el avance.
