En el ejercicio terapéutico y en cualquier tipo de acompañamiento humano, existe un fenómeno sutil y poderoso que a menudo se manifiesta: la resonancia con el conflicto del consultante. Se trata de esos momentos en los que la historia, el dolor o la dificultad que trae la persona con la que trabajamos toca fibras personales en nosotros mismos.
Este fenómeno no es casualidad ni tampoco un error profesional. Es, en realidad, una puerta de doble vía: por un lado, es un recordatorio de que los procesos humanos son espejos constantes; por otro, es una invitación a profundizar en nuestro propio camino de autoconocimiento.
¿Qué significa resonar con el conflicto del consultante?
La resonancia ocurre cuando algo en la vivencia del consultante activa memorias, heridas, emociones o aprendizajes pendientes en el terapeuta. Puede ser:
- Un relato que nos recuerda una experiencia personal no resuelta.
- Una emoción que despierta empatía tan intensa que amenaza con desbordarnos.
- Un comportamiento que activa nuestras propias resistencias o juicios.
- Un deseo de “salvar” o “proteger” al consultante porque nos conecta con nuestra propia historia.
En estos casos, el terapeuta deja de estar solo en la posición de observador, y de manera inevitable, se convierte también en parte del escenario emocional.
El riesgo de no reconocer la resonancia
Si la resonancia no se hace consciente, puede convertirse en un obstáculo para el proceso. Algunos riesgos son:
- Perder la neutralidad: dar consejos basados en nuestras experiencias en lugar de acompañar lo que la persona necesita.
- Confundir roles: querer resolver el conflicto como si fuera nuestro propio problema.
- Generar juicios: proyectar en el consultante nuestras propias luchas internas.
- Desgaste emocional: sentirnos agotados o sobrecargados después de cada encuentro.
Por eso, reconocer y trabajar la resonancia es fundamental para que no entorpezca el proceso, sino que se transforme en una herramienta valiosa.
Resonancia como oportunidad: un camino compartido
Lejos de ser un problema, la resonancia puede convertirse en una fuente inmensa de aprendizaje y crecimiento. Cuando somos conscientes de ella, nos regala:
- Mayor empatía: entendemos al consultante desde la vivencia, no solo desde la teoría.
- Humildad profesional: recordamos que todos estamos en proceso y que nadie tiene resuelto todo.
- Autoconocimiento: cada sesión se vuelve un espejo que nos invita a revisar nuestra propia historia.
- Profundidad terapéutica: cuanto más trabajamos en nosotros, más capaces somos de sostener a otros.
Estrategias para manejar la resonancia
1. Autoconciencia constante
El primer paso es cultivar el autoconocimiento. Reconocer nuestras heridas, identificar nuestras emociones y aceptar que estamos en un camino de crecimiento al igual que nuestros consultantes.
2. Respiración y presencia
Cuando una emoción se activa durante la sesión, llevar la atención a la respiración ayuda a regresar al presente. Esto permite escuchar con más claridad sin dejarnos arrastrar por la marea emocional.
3. Supervisión y acompañamiento profesional
Los terapeutas también necesitan ser acompañados. Compartir estas resonancias con colegas, supervisores o en espacios de terapia propia permite liberar cargas y ganar perspectiva.
4. Límites sanos
Aprender a diferenciar entre la experiencia del consultante y la nuestra es clave. El respeto al rol profesional nos protege de confundir caminos.
5. Prácticas de autocuidado
El descanso, la meditación, la escritura terapéutica, el contacto con la naturaleza y las actividades que recargan energía ayudan a mantenernos equilibrados para sostener a otros.
Un ejemplo práctico
Imaginemos que un consultante llega con un relato de abandono emocional en la infancia. Si el terapeuta también vivió algo similar y no lo ha trabajado, puede sentir un nudo en la garganta, enojo hacia las figuras parentales del consultante o incluso tristeza propia.
Si el profesional no reconoce esa resonancia, corre el riesgo de proyectar su propia historia. Pero si la observa, puede usar esa conexión como puente empático y, al mismo tiempo, identificar en sí mismo un aspecto a seguir trabajando. De esta manera, el proceso beneficia a ambos: el consultante recibe un acompañamiento profundo y el terapeuta sigue avanzando en su propio camino.
Resonancia y autenticidad
La resonancia nos recuerda que el terapeuta también es humano. No es un ser intocable, ni perfecto, ni distante. La autenticidad, bien gestionada, puede enriquecer la relación terapéutica: mostrar cercanía, sin caer en el exceso de compartir la propia historia.
El valor está en la honestidad silenciosa, en esa capacidad de escuchar y sostener desde la comprensión verdadera, aunque internamente también se muevan emociones.
Conclusión: un espejo que transforma a dos
La resonancia con el conflicto del consultante no es una falla profesional, es una oportunidad. Es el recordatorio de que la vida siempre nos pone frente a espejos que nos muestran lo que aún necesitamos integrar.
Lo esencial es reconocerla, trabajarla y convertirla en un motor de crecimiento. Así, cada sesión se transforma en un espacio de sanación compartida: el consultante avanza en su proceso, y el terapeuta, lejos de ser solo guía, también se deja guiar por las lecciones que surgen en el camino.
En definitiva, resonar con el conflicto no nos debilita: nos humaniza, nos fortalece y nos recuerda que la verdadera transformación ocurre en red, en vínculo y en mutua resonancia.

